jueves, 22 de junio de 2017

Últimas lecturas



Enfrascado en la vida y en la lectura, a veces olvido compartir lo que leo. Hago memoria de lo último:

-Me interesa casi todo lo que escribe David Trueba, quizá por una sintonía generacional (aunque él es mayor, que conste), pero también sentimental. Sus novelas siempre tienen algo que me apela personalmente o contienen puntos de vista e intereses que comparto. Así que en cuanto que vi que publicaba “Tierra de Campos”, me lancé hacia ella. Me pasó un poco como con la novela de Cercas, “Las leyes de la frontera”, que me gustó mucho la primera parte en la que se cuenta la niñez y adolescencia de los protagonistas en la España de finales de los 80 y principios de los 90, pero en ambas tuve la sensación que los relatos pierden fuelle según se acercan a la actualidad. Será que cualquier tiempo muy, pero que muy pasado nos suena mejor. No obstante me interesó la historia de Daniel Mosca, músico accidental, rockstar patrio sui generis, hijo y padre astroso y sensible. Buen relato.

-A través de Facebook me enteré de que mi querido compañero de promoción Julio Ocampo publicaba su primera novela: “Paris, Roma”. Paris, sin tilde, es él y Roma la ciudad a la que llega para vivir y ejercer la profesión de periodista. Se lo dije a él y lo expreso aquí: me sorprendió mucho su relato. Valiente, arriesgado, un ejercicio de exorcismo literario de sus miedos por ser culto, por ser buen periodista, por defender la dignidad de su trabajo. Julio desnuda Roma, el periodismo, y a él mismo para ofrecernos un fresco de su peripecia vital como persona que siente un ímpetu irrefrenable por buscar, pese al dolor que le inflige ese proceso. Es una primera novela y en algunas cosas se nota, pero cuando se escribe con el corazón lo demás queda diluido en superfluas formalidades. 

-Después acompañé a otro periodista, a Antonio Pampliega, en su cautiverio en Siria. Secuestrado durante diez meses por Al Qaeda,  plasmó todo ese infierno en un libro titulado “En la oscuridad”. Una crónica estremecedora de días y días en soledad, maltratado, humillado, mal alimentado, sucio. Un horror. Antonio hace un ejercicio muy valiente al mostrar sus miedos, la debilidad que sintió ante una situación tan extrema. Un relato psicológico de lo que vive en su confinamiento, de sus carceleros, de un misterioso y siniestro personaje denominado  L.M.  que para mí da para otra novela. Eché en falta un poco de contexto, de que Antonio nos contara más cosas sobre Siria, la guerra, el yihadismo, las condiciones de vida de aquella gente. También que incidiera más en eso que apunta tangencialmente sobre la precariedad del reportero y del periodista en general en nuestro querido país. Supongo que lo habrá dejado para mejor ocasión.

-Por último, vuelta a los clásicos, que es como volver a casa por navidad. Mi compañera me dejó un librito de su tío, Gonzalo Torrente Ballester, "Las Islas Extraordinarias". Una breve pero intensa sátira en clave política sobre el ejercicio del poder. A ratos hilarante, a ratos estremecedor, Torrente aprovecha esta disparatada ficción para poner en boca de sus personajes reflexiones provocadoras sobre la organización humana, sobre los que mandan y los que obedecen y sobre el equilibrio, siempre delicado, entre los que detentan el poder y ansían el del otro. El ingenio de Torrente le hace anticiparse a esta moda de la distopía y dibuja un panorama incierto, pero con cimientos verosímiles.  

jueves, 15 de diciembre de 2016

Repensar la pobreza

Conocí este libro a través por una  recomendación de Manuela Carmena en una conferencia en la universidad. Citó este libro como una referencia académica que según la alcaldesa había cambiado la concepción sobre cómo abordar la pobreza.
Dos economistas, Abhijit V. Banerjee y Esther Duflo,  deciden hacer una investigación sobre la pobreza, y la hacen a pie de campo, contrastando teorías económicas con la realidad de los pueblos asiáticos, africanos y sudamericanos que la padecen.
El libro parte del supuesto de analizar la idoneidad de dos maneras de combatir la pobreza: la propugnada por expertos como Jeffrey Sachs, asesor de Naciones Unidas, que aboga por la intervención internacional, por la ayuda a los países y pueblos más depauperados; o por el contrario, como teorizan otros expertos de corte más liberal como William Esasterly, la intervención directa disuade a los pueblos de buscar soluciones propias y fomentan la corrupción.
Hay supuestos recurrentes que ejemplifican bien los problemas a los que se enfrentan los que luchan contra la pobreza, por ejemplo el tema de los mosquiteros. Según la OMS dormir bajo mosquiteros rociados de insecticida salvaría millones de vidas al frenar la malaria. Entonces, qué hacemos: ¿regalamos mosquiteros, los subvencionamos o dejamos que se cree un tejido comercial que garantice un aprovisionamiento regular a las poblaciones? Las respuestas no son tan fáciles como pudiera suponerse, tal y como demuestran en el libro varios experimentos en diferentes comunidades que prueban distintas tácticas.
Pero en realidad el grueso del libro es una impresionante radiografía de los factores que influyen en la pobreza: la nutrición, la sanidad, la educación, la financiación y la calidad democrática de las instituciones. Quizás el ensayo adolezca de ser parco en respuestas, pero es un buen cuadro de investigación social y económica en el que aparecen datos reveladores.
Respecto a la nutrición subyacen ideas como que dependiendo del ingreso calórico las personas son más o menos productivas, las razas más o menos fuertes. Pero cuando los pobres tiene más dinero, no mejoran su alimentación, porque necesitan otras cosas también: el ocio que les puede proporcionar una tele, un móvil, u otras necesidades básicas también descuidadas.
El tema de la salud es también otra de las trampas en las que cae la gente sin recursos. En países africanos la mitad de los médicos no lo son, ejercer sin titulación, recetan cosas absurdas, caras e inútiles y se descuidan los tratamientos efectivos, que muchas veces son los más baratos. También afectan temas culturales y religiosos. Como bien se recuerda en el libro, si en sociedades occidentales, con la información de la que disponemos hay gente que decide no vacunar a sus hijos por creencias estrafalarias, imaginemos lo que ocurre en estos pueblos mucho más arraigados a costumbres y religiones que a argumentos científicos. Otro caladero de calamidades.
También está el tema del control de la natalidad. El libro pone en cuestión la afirmación de que tener muchos hijos hace a las familias de los países del tercer mundo más pobres. Se plantea como una cuestión de diversificación de riesgos. Alguna de esas criaturas prosperará, alguna se encargará de cuidar y mantener a sus padres cuando sean mayores. Un hecho escalofriante es el control de natalidad ejercida en ocasiones como método de selección de sexo. Un cartel en Delhi animaba a interrumpir el embarazo cuando se iba a tener una niña: “Paga 500 rupias ahora y ahorra 50.000 más tarde (en la dote)”.
Respecto al tema de los servicios de aseguramiento y financiación, se explica cómo son prácticamente inaccesibles para los pobres. Los seguros (médicos, agrícolas, de contingencias) para pobres apenas existen o son muy caros por la poca rentabilidad que suponen las contrataciones aisladas y por el miedo al fraude. Respecto a la financiación, se expone claramente la negativa de las grandes corporaciones financieras a prestar servicios a los pobres con recursos inferiores al dólar diario. Al final tienen que cubrir esa necesidad a base de prestamistas a intereses de usura. Un ejemplo estremecedor: un vendedor de frutas callejero en India compra mercancía al mayorista cada mañana a crédito y lo devuelve por la noche a un interés diario del 4,59%. De tal manera que si pide prestados 5 dólares e imaginemos que no puede devolverlos hasta dentro de un año, tendría que devolver 93,5 millones de dólares a su prestamista. De ahí la importancia del fenómeno de los microcréditos, con todas sus imperfecciones, a pesar de los altos tipos de interés a ojos de un occidental.
Por último se aborda el tema de las instituciones de los países pobres, corroídas por la corrupción, un sumidero por el que se van los recursos del país y muchas veces también los aportados por terceros en concepto de ayudas para el desarrollo. Aún así, y partiendo de un planteamiento realista de que no se puede cambiar esa situación de la noche a la mañana, los autores detallan experiencias en las que con ciertas medidas, como por ejemplo las auditorías, se logra aminorar esa lacra en favor de los más desfavorecidos.
Del estudio salen teorías interesantes, como el concepto de la curva de la pobreza, una especie de trampa en la que caen millones de seres humanos. Se trata de una especie de maldición documentada económicamente consistente en que cuanto más pobre se es, más difícil se pone dejar de serlo. Lo que intentan muchos teóricos económicos concienciados es romper esa dinámica y este trabajo es una buena prueba de ello. Aunque como decía antes se aportan pocas conclusiones, más bien se exponen datos científicos, señala focos en los que actuar y ejemplos de intervenciones más o menos exitosas. Lo que queda claro es que la pobreza supone un desperdicio de vidas y de talento humano inadmisible. También parece probado el problema es grande y requiere, además de voluntad, inteligencia y estrategias eficaces para combatirlas, de ahí la importancia de iniciativas en todos los ámbitos, también, como en este caso, desde el académico.

martes, 25 de octubre de 2016

Patria

Supongo que “patria” es un concepto que nació con afán integrador, con la idea de albergar bajo su paraguas gentes hermanadas por un sentimiento común, por la fraternidad que emana la cercanía, el terruño compartido, la gentil vecindad, el acervo cultural.  Pero la realidad es que la mayoría de las veces la exaltación del concepto se ha hecho en contraposición con otras realidades supuestamente antagónicas y ha sido, junto a la religión, una de las fuentes de conflicto que ha provocado  mayores desgracias en la humanidad.
Lo que cuenta Aramburu en esta excelente y extensa novela va por esa línea. La patria vasca como excusa para la barbarie del terrorismo etarra. Si, antes fue la patria española y su caudillo, la alemana y su führer, la italiana y su duce, la japonesa y su emperador y así podría engrosar este párrafo hasta el paroxismo. Pero eso no quita veracidad y crueldad al relato de la ignominia a pequeña escala que surgió de la patria vasca.
El horror de base política tiene sus lugares comunes: la ley del silencio, el miedo a disentir, la presión de los más fuertes y al final de todo, la violencia como instrumento de poder. En la “Patria” de Aramburu esto se ejemplifica en la historia de dos familias de un pequeño pueblo de Euskadi, unidas por una amistad sincera, separadas por un odio impuesto pero no menos cierto. Dos familias, nueve personajes, víctimas y culpables, sin paliativos, pero con matices, como la vida misma. La empatía con el lado de las víctimas es total, como confiesa su autor. Alguien decide quitar la vida a otro por razones supuestamente políticas, supuestamente razones, y ese otro muere y sus familiares caen en un pozo de tristeza. Pero lo espeluznante es que además son repudiados, incomprendidos, aislados e incluso insultados. Una vileza a la altura del tiro en la nuca. Y el asesino y su entorno goza del respeto del pueblo, de su protección, de su comprensión. Pero no todo es blanco ni negro, y sin menospreciar el dolor, la dignidad y la valentía de las víctimas, la novela también indaga en la escala de grises del entorno asesino. Por eso es un relato tan rico, porque nos deja asomarnos a esas dos realidades sin desviar la mirada sobre los aspectos más dolorosos de ambas. Y si alguien critica esa ambivalencia, ese doble foco, es porque no se ha enterado que no hay víctimas sin verdugos, ni verdugos sin víctimas.
Creo que el valor más importante de esta novela es que cuenta lo que todos sabíamos y no quisimos o no pudimos ver en toda su dimensión. Sobre todo dentro del País Vasco, por razones que se explican perfectamente en el relato, pero también fuera de él. Yo recuerdo el trato equidistante, el romanticismo que propiciaba el pasado antifascista de ETA. Todo eso  y la ausencia del enrarecido ambiente social que se vivía en esos pueblos vascos hacía ver a ETA como un fenómeno meramente terrorista, sin mirar más allá. Por eso esta es una de estas historias que conmueven por su verosimilitud, por ser una desgarradora crónica humana sobre unos hechos que todos conocíamos en mayor o menor medida, pero que nunca sentimos, ni quisimos empatizar con la crudeza con que los vivieron sus protagonistas. Lo hicimos sólo muy al final, yo diría que desde el asesinato de Miguel Ángel Blanco en 1997. Por eso no está de más leer este relato, que ya advierto se hace corto pese a sus más de 600 páginas y en el que sin dogmatismos se muestra un cuadro completo sobre aquello que aconteció y que, cómo se desea casi siempre infructuosamente, no debería volver a ocurrir.

jueves, 15 de septiembre de 2016

Una tarde para la ira… y para revolverte en la butaca

La primera peli como director del actor Raúl Arévalo le ha salido de las tripas. Parece que quería incomodar al espectador y vaya si lo consigue. La fotografía espesa, de grano gordo; la cámara inquieta, pegada al cogote de los actores; los diálogos parcos, el Madrid suburbial en primer plano. Y una historia seca, sucia, simple, terrible... Un “Perros de Paja” a la madrileña, con Móstoles y Useras de escenario.

Antonio de la Torre crece como actor, aunque el método en ésta ocasión consista en callar y mirar duro.  Aun así consigue acojonar y empatizar a la vez. Luis Callejo hace un papel impresionante. Dicen que Arévalo se ha esforzado en controlar lo suyo, la interpretación y yo lo creo, porque hasta los extras merecen premios por su actuación. Si tengo que ponerle un pero es que le haya dado demasiado protagonismo a la cámara, que siempre anda revoltosa y saltarina, contribuyendo a la incomodidad del espectador.

Lo he pasado mal en el cine y me alegro, porque denota que me he implicado en historias ajenas muy creíbles, muy auténticas, muy catárquicas. La venganza, la redención, la ira, la memoria, pululan desnudas por la película, mostrándose como atributos que afloran en cuanto se pulsan determinadas teclas.

Hace unos años solía utilizar la expresión “te sale el barrio” cuando alguien hacía un comentario rotundo, asertivo y pelín chulesco. La expresión denotaba que quienes hemos vivido en la periferia hemos quedado impregnados para siempre de aquel ecosistema y hay cosas muy reconocibles en esta película que dibujan muy bien ese mundo del que, en la mayoría de los casos, es recomendable huir. 

domingo, 4 de septiembre de 2016

Septiembre

Para mi el año empieza en septiembre. Evidentemente se trata de un efecto secundario de tantos años académicos cursados, a los que ahora por mi trabajo sigo vinculado. Igual que para muchos historiadores el siglo XX empieza con la primera guerra mundial y acaba con la caída del muro de Berlín en 1989 o para otros el XXI empieza con el atentado de las torres gemelas. Vamos, que cada uno echa sus cuentas como cree conveniente. Y yo llevo mucho tiempo pensando que cada curso es un cambio  y me pongo mis retos, mis propósitos, mis metas, mis deseos para el nuevo periodo que comienza ahora. Este año un constipado veraniego ha matizado mucho la especulación, pero siento igualmente la emoción de comenzar algo levemente distinto. Quizás se trate de una burla inocente a lo lineal del vivir, pero a mi me sirve para avanzar; siempre hay que seguir adelante, aunque sólo sea por curiosidad, como decía Dante W en Martin H. Y además a veces incluso funciona.
Podría hacer una analogía para reclamar del mismo modo avances en la deprimente situación política del país, en la desesperante persistencia de las guerras, en la búsqueda de soluciones para un mundo abocado a la hecatombe. Pero para qué.
Prefiero centrarme en mis pequeños desafíos o si me pongo grandilocuente, mirar al cielo y contemplar intrigado hasta el éxtasis los enigmas del universo. Por cierto, estoy flipando con el proyecto Breakthrough Starshot, que pretende desarrollar tecnología para enviar naves espaciales del tamaño de una tarjeta SD a Alfa Centauri en un viaje de tan solo 20 años, cuando con la tecnología actual tardaríamos 30.000 años. La de cosas que vamos a descubrir si el proyecto tiene éxito. Eso sí, es curioso que lo único en lo que avanzamos es en la investigación para largarnos de aquí cuando definitivamente nos hayamos cargado todo.

sábado, 30 de julio de 2016

Anna y la distopía

¿A quién no le interesa el futuro?  A mí sí. Incluso a veces más que el pasado. Quizás por eso me atrae tanto la ciencia ficción, la especulación sobre la evolución de la humanidad. Y en ese marco la distopía, la visión catastrófica del mañana, tiene mucho interés para mi.
“Anna” es una novela más sobre el futuro distópico firmada por un tipo que escribió una historia hace años llevada al cine, “No tengo miedo”, que a mi me inquietó bastante. En esta novela pretende lo mismo, crear una atmósfera original y extraña en la que el lector se sienta incómodo y por tanto expectante respecto a su trama. Lo que ocurre en “Anna” es que un virus ha acabado con las personas adultas, y el mundo es un lugar inhóspito, post-hecatómbico, habitado por pequeños supervivientes. Creo que Ammaniti ha querido romper con el tópico de que los niños son el futuro de la tierra, contándonos que los niños son son simplemente pequeños humanos educados para repetir los errores de sus antepasados. Y estoy bastante de acuerdo. La educación de nuestros hijos es lo único que puede modificar la senda autodestructiva de nuestra raza y cada vez que miro a mi alrededor, las esperanzas disminuyen. Por eso quizás me interese tanto la distopía. Estamos abocados a ella y nos sirve a la vez de advertencia y de manual de instrucciones, como el cuaderno de cosas útiles  que deja la madre de Anna a sus pequeños ante la inminencia de su muerte.
Si también os gustan estos temas, no puedo dejar de recomendaros que visionéis todos los capítulos de la serie británica Black Mirror. Ni uno sólo me dejó indiferente, ni unos sólo dejó de parecerme una obra maestra de la ciencia ficción televisiva.

lunes, 18 de julio de 2016

Una corona para Claudia

Ayer vi “Una corona para Claudia” en el Teatro Alfil de Madrid y certifiqué con una mezcla de pesar y liberación que ya no soy tan joven. En otro momento me hubiese sentido concernido al ver a ese grupo de jóvenes dando palos de ciego en el amor, intentando buscar una identidad con la que estar cómodos para su trayectoria vital. Pero todo tiene su tiempo. 

También me di cuenta que las comedias generacionales son eso, generacionales. A mí me tocaron las que protagonizaba Coque Maya, las que dirigía en cine Fernández Armero, las que escribía David Trueba y llevaba a la pantalla Martínez Lázaro y supongo que a los de la generación anterior a la mía tampoco les concernían, pese a que muchos de estos directores hacían guiños a las comedias clásicas que nunca mueren.  

Los actores de “Una corona para Claudia” seguramente están mejor preparados que los que a mí me gustaban cuando era más joven: cantan, tocan instrumentos, vocalizan e interpretan con el corazón y el método. También las fronteras del amor se han ensanchado, y la homosexualidad es un punto de vista más en las relaciones afectivas. Por tanto todo es más rico, pero sin chupas de cuero, ni cervezas, ni el ligero aroma de la movida de por medio.

Bueno, cervezas si, las que afortunadamente se pueden seguir tomando en la sala de los Yllana, que sigue siendo un lugar abierto a lo nuevo y lo diferente, y que ha sobrevivido a tantos embistes. ¿Os acordáis del concejal Matanzo? Definitivamente, no soy tan joven.