Enfrascado en la vida y en la lectura, a veces olvido compartir
lo que leo. Hago memoria de lo último:
-Me interesa casi todo lo que escribe David Trueba, quizá
por una sintonía generacional (aunque él es mayor, que conste), pero también
sentimental. Sus novelas siempre tienen algo que me apela personalmente o
contienen puntos de vista e intereses que comparto. Así que en cuanto que vi
que publicaba “Tierra de Campos”, me lancé hacia ella. Me pasó un poco como con
la novela de Cercas, “Las leyes de la frontera”, que me gustó mucho la primera
parte en la que se cuenta la niñez y adolescencia de los protagonistas en la España
de finales de los 80 y principios de los 90, pero en ambas tuve la sensación
que los relatos pierden fuelle según se acercan a la actualidad. Será que
cualquier tiempo muy, pero que muy pasado nos suena mejor. No obstante me
interesó la historia de Daniel Mosca, músico accidental, rockstar patrio sui
generis, hijo y padre astroso y sensible. Buen relato.
-A través de Facebook me enteré de que mi querido compañero
de promoción Julio Ocampo publicaba su primera novela: “Paris, Roma”. Paris,
sin tilde, es él y Roma la ciudad a la que llega para vivir y ejercer la
profesión de periodista. Se lo dije a él y lo expreso aquí: me sorprendió mucho
su relato. Valiente, arriesgado, un ejercicio de exorcismo literario de sus
miedos por ser culto, por ser buen periodista, por defender la dignidad de su
trabajo. Julio desnuda Roma, el periodismo, y a él mismo para ofrecernos un
fresco de su peripecia vital como persona que siente un ímpetu irrefrenable por
buscar, pese al dolor que le inflige ese proceso. Es una primera novela y en
algunas cosas se nota, pero cuando se escribe con el corazón lo demás queda
diluido en superfluas formalidades.
-Después acompañé a otro periodista, a Antonio Pampliega, en
su cautiverio en Siria. Secuestrado durante diez meses por Al Qaeda, plasmó todo ese infierno en un libro titulado “En
la oscuridad”. Una crónica estremecedora de días y días en soledad, maltratado,
humillado, mal alimentado, sucio. Un horror. Antonio hace un ejercicio muy
valiente al mostrar sus miedos, la debilidad que sintió ante una situación tan
extrema. Un relato psicológico de lo que vive en su confinamiento, de sus
carceleros, de un misterioso y siniestro personaje denominado L.M. que para mí da para otra novela. Eché en falta
un poco de contexto, de que Antonio nos contara más cosas sobre Siria, la
guerra, el yihadismo, las condiciones de vida de aquella gente. También que incidiera
más en eso que apunta tangencialmente sobre la precariedad del reportero y del
periodista en general en nuestro querido país. Supongo que lo habrá dejado para
mejor ocasión.
-Por último, vuelta a los clásicos, que es como volver a
casa por navidad. Mi compañera me dejó un librito de su tío, Gonzalo Torrente
Ballester, "Las Islas Extraordinarias". Una breve pero intensa sátira en clave
política sobre el ejercicio del poder. A ratos hilarante, a ratos estremecedor,
Torrente aprovecha esta disparatada ficción para poner en boca de sus
personajes reflexiones provocadoras sobre la organización humana, sobre los que
mandan y los que obedecen y sobre el equilibrio, siempre delicado, entre los que
detentan el poder y ansían el del otro. El ingenio de Torrente le hace
anticiparse a esta moda de la distopía y dibuja un panorama incierto, pero con
cimientos verosímiles.